¡Qué realidad tan descabellada!

Las personas actúan, y los actores sobreactúan. En la realidad en que vivimos, nuestros caracteres no son más que lo que el resto de personas quieren que sean. No podemos escindirnos de la corriente que mueve nuestra forma de actuar o, incluso, de pensar. Somos muñecos de pantomima cuyas cuerdas son aferradas por la impasibilidad de la rutina. No podemos permitir una falta a nuestra promesa de ser iguales a la muchedumbre, dado que esta ruptura sería tomada como un atentado contra la cultura, contra la moda o, incluso, contra las virtudes del ser humano; ésas de las que tanto hemos oído hablar, pero que nunca hemos llegado a palpar con nuestras manos corruptas. Entonces, ¿por qué no atentar descabelladamente contra las virtudes a las que desde pequeños hemos sido encomendados? ¿Por qué no lograr una realidad ligeramente descabellada? Es todo.

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