Todos nos hemos cruzado en contadas ocasiones con seres cuya perfección es tal que nos cuesta no pensar lo insignificantes que somos a su lado. Nos atemorizan sus ojos perfectos, su mirada cristalina e inteligente, su tez delicada como la seda o su figura terriblemente esbelta.

La belleza acaba donde comienza la expresión intelectual, de modo que la primera vale más que la segunda. Se puede ser bello siendo inteligente, pero no se puede ser inteligente siendo bello. La belleza prima sobre todas las cosas, dado que es efímera. ¿Qué excusa es mejor para elevar el precio de un bien desorbitadamente, alegando que es éste escaso o que se puede encontrar en todas partes? Ni el más inútil de los necios optaría por la segunda opción.
En el mundo hay ya excedentes de intelectuales que, con sus ciencias estériles, pretenden justificarlo todo. La realidad actual requiere urgentemente de rostros bellos que sirvan de arquetipos de la raza humana. Es todo.
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