Una ciencia... ¿exacta?

El respaldo más habitual de los matemáticos para defender que la suya es una ciencia pura suele ser que es claramente exacta. Pues bien, esto no constituye un mérito alguno: un campo del saber creado por el Hombre, que no esté basado en la realidad -al menos en su totalidad-, será siempre exacto. Pongamos un ejemplo:

JK Rowling, destacada escritora que en su día creara la saga de libros Harry Potter, basó su fantástico mundo en unas ideas que ella consideró axiomas. Fueron estos axiomas a partir de los cuales fue ella creando un vasto entramado de fenómenos, caracteres y formas de ser, formas de hablar... De esta forma, todo su mundo es exacto. Nada en él se puede considerar defectuoso, ya que, de ser así, el error sería corregido con presteza. Cada pregunta tiene su respuesta, y no es un mundo que esté basado en la realidad.

Las matemáticas, de igual forma que la novela, sí conservan un ínfimo reducto de la realidad: la Ciencia Exacta por excelencia utiliza los números -creados por el Hombre- y las formas geométricas -que derivan de la naturaleza-, así como, en la novela, los entes que interaccionan son seres de carne y hueso, y utilizan el lenguaje humano.

Y, así, las matemáticas son como una novela: un artificio creado por el Hombre para satisfacer una necesidad intelectual, para relizar una pequeña aportación al campo de las Artes o las Ciencias o para hacer de éste un mundo imperceptiblemente mejor.

Y, tal vez, puede que las matemáticas nos hagan más listos cada día -reitero, tal vez-.

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